sábado, julio 19, 2008

Lola y el doble estandar de Canal 13 . La opinión de un historiador católico

El obispo auxiliar de Santiago ha censurado fuertemente el aviso de publicidad de Canal 13 para su teleserie Lola, que muestra a un hombre embarazado...gigantescamente embarazado, para ser exactos.
El obispo de Valparaíso adhiere a esta crítica, así como el presidente de la Conferencia Episcopal. La comparten también autoridades y académicos de la Universidad Católica (“El Mercurio”, 12 de julio).
Estoy plenamente de acuerdo con estos reproches, pero hago ver que, si los leyera un marciano recién desembarcado en el planeta Tierra, sin conocer por tanto más antecedentes, llegaría sin duda a las conclusiones que siguen:
1. Que la teleserie Lola está por estrenarse... es un producto aún desconocido.
2. Que la Conferencia Episcopal, el Arzobispado de Santiago y la Universidad Católica, carecen de relación con el Canal 13.

La realidad es muy distinta:

1. Lola se trasmite desde septiembre de 2007. Su extraordinario éxito le ha permitido, en este lapso, liquidar a la teleserie rival del Canal 7, Amor por Accidente; compensar el fracaso de otro producto del mismo 13, Don Amor; y conservar el aliento para batirse, todavía hoy, con una SEGUNDA teleserie del Siete, La viuda alegre.
Lola, pues, ha sido un impacto, un exitazo. De allí que el canal la haya extendido meses más allá de su plazo original.

Ahora bien, esta teleserie ha tenido siempre un único tema: un hombre que, por un hechizo, adquiere cuerpo de mujer; y como mujer/hombre, tiene una relación sexual, queda embarazada/o, y debe soportarlo... pero ya concluido el hechizo y en su cuerpo masculino.
Es decir, todo aquello que con justo motivo el obispo auxiliar de Santiago reprocha al aviso de publicidad incriminado está presente desde el principio en Lola: es su argumento central.
Tampoco Lola ha sido desarrollada ni publicitada con discreción ni buen gusto (suponiendo que hubiera sido posible una hazaña así), sino con trazos gruesos y de una vulgaridad como para llorar a gritos. El episodio de debut «arrasó» —dijo “El Mercurio”, el 28 de septiembre de 2007— gracias a concluir “con Lola gritando por su masculinidad perdida”: “¡Se me cayó el pico!”. En el original argentino, adaptado por el Trece (seguía la crónica de “El Mercurio”), Lola lamentaba la pérdida de su «pito». Cambiar el vocablo se «evaluó» por el canal chileno, y finalmente “las autoridades prefirieron la «naturalidad»...”. El jefe de guionistas (de la teleserie) explicó: “La historia (de Lola) presenta personajes ordinarios en situaciones extraordinarias...Y como todo personaje ordinario, tiene que hablar de acuerdo con la realidad”. “Ayer —concluía el periódico— Lola volvió a usar expresiones cotidianas: «¿Qué me hizo esa conch...?» dijo, cuando se dio cuenta de que era víctima de un hechizo”.
Así empezó Lola, y lo mismo ha sido durante diez meses: el aviso incriminado no es sustancialmente distinto de lo visto en la pantalla. Bien está que se critique ahora, pero.. .¿ y antes?
2. Como se ha hecho ver aquí tantas veces, el Canal 13 es 100% propiedad de la Universidad Católica, y ésta canónicamente es un órgano de la Iglesia y del Arzobispado de Santiago, y de nadie más. El arzobispo es la máxima autoridad del plantel, como Gran Canciller, y lo sigue en jerarquía el Vice Gran Canciller, otro obispo. Pero un profesor y ex decano de la universidad dice (“El Mercurio”,12 de julio):
“La gente cree que el Canal 13 es un órgano de la Iglesia Católica. La verdad es que no lo es y no representa a la Iglesia Católica, aunque directamente es propiedad de la Iglesia” (“El Mercurio”, 12 de julio).
Esto resulta muy difícil de entender, ya que no es como dice el académico, sino justamente lo contrario. ¿Por qué el canal no representa a la Iglesia, si lo opera un ente íntegra y exclusivamente suyo, la Universidad Católica? ¿Quién, razonablemente —sin partir pelos canónicos en cuatro—, podría entenderlo de otra manera?
Una vez más se plantea —considerando el justo reproche del obispo auxiliar— el problema de fondo del Canal 13, que hemos repetido tanto:

a) No tiene sentido ninguna actividad educadora (Universidad Católica) ni comunicacional (Canal 13) de la Iglesia, que no difunda y, peor todavía, que contradiga el mensaje de ésta, que para los fieles es el de Cristo.

b) Es imposible, por razones de financiamiento, que la Iglesia tenga un canal comercial y abierto que cumpla la finalidad indicada, salvo que lo haga a pérdida, y por consiguiente lo subsidie de modo cuantioso.

Por eso, en las grandes batallas de doctrina que ha librado la Iglesia los últimos años —el divorcio, la píldora del día después, ayer, hoy su libertad para educar—, el Canal 13 no ha jugado el más mínimo papel. No era «rentable» (ni como espectáculo de TV, ni en avisaje) que lo hiciera. ¡Ni siquiera tiene un programa de alto nivel en que se enfrenten especialistas de distintas ideas, abordando estos temas de importancia capital, u otros parecidos!
La universidad, como tal, tampoco influye para nada en el Trece. Aplaudí en su momento el anuncio de una serie «bicentenaria» sobre los grandes personajes de nuestro pasado. Llegaron los episodios y —cualquiera haya sido su valor artístico—, históricamente eran nulos. Pues bien, la Universidad Católica cuenta con un muy prestigiado Instituto de Historia. ¿Qué papel jugó en la serie de los personajes? Ninguno.
Como canal comercial puro y simple, el Trece no es de peor ética que los otros; posiblemente, aún, sea algo más correcto.Como canal católico, no es nada. Sus «Lolas», sin embargo —que quizás pasarían desapercibidas en aquellos otros—, en una institución ciento por ciento de la Iglesia son motivo de escándalo y desprestigio que urge remediar. No es cosa de cambiar a Fulano por Zutano, ni de disminuir en los avisos el volumen del vientre del hombre/mujer embarazado. Tampoco, desgraciadamente, es razonable pedirle al Trece la cuadratura del círculo: que concuerde TODA su emisión, TODOS sus programas, con la doctrina y mensaje de vida de la Iglesia —estricto deber de un medio comunicacional que pertenece a ésta íntegramente—... pero autofinanciándose, en lucha frontal y darwiniana por el avisaje con los otros canales, que no tienen esa exigencia, ni (aparentemente) ninguna.
Las alternativas parecen seguir siendo las mismas de siempre: o los católicos, de alguna manera, subsidian a «su» canal para que también lo sea; o se cierra; o se vende.

Publicado por Gonzalo Vial, en LA SEGUNDA