“Esta noche les demostraré que soy algo más que el guatón de las frutas”, dice Gustavo Becerra (41). Hace varios años, mucha gente que lo mirara en la calle pensaría que de alguna parte conocen a este hombre. Pero hoy, tras once años de publicidad televisiva para un mismo producto, es difícil no reconocerlo como el gordito de los comerciales de los jugos.
Pero tal como él lo dice en su obra “Dando jugo”, él es más que el vendedor de fruta malhumorado que pelea con sus clientes y con su delgado colega. Becerra es un actor que se autodenomina “pebre”: “picante pero preparado”, que hoy está más que feliz por ser el nuevo administrador -junto a dos socios- del Teatro Alcalá, luego de pelear el inmueble con un banco que quería poner ahí una de sus sucursales por 20 años.
Luego de 28 “horas de vuelo” en las tablas, participando en obras como “El Hombre de La Mancha” y “My Fair Lady”, siendo dirigente del Sindicato de Actores, haciendo televisión, tocando con sus grupos (entre ellos, La sonora guatón), y haciendo cuánto seminario, taller y curso se pueda, Becerra al fin tiene un espacio para armar y desarmar lo que quiera.
“He tenido mucha suerte. Un teatro es donde uno puede verter las necesidades artísticas, y aquí se dan todas las posibilidades”, cuenta.
En este lugar, donde tiene la esperanza de llenar la parrilla con obras de trasnoche, emulando la noche bonaerense, quiso estrenar su propio trabajo apenas tuvo las llaves del teatro. Allí canta y hace monólogos; una manera de mostrarle al público sus destrezas.
“Es un espectáculo de stand up comedy, mezclado con petit revista, como lo que hace Coco Legrand y Ernesto Belloni. Es una mezcla, igual que yo, que estoy entre Elvis (muestra sus patillas) y Aucán Huilcamán”.
Junto con criticar el doble estándar chileno en su obra, Becerra aprovecha de contar su historia, de cómo un tipo que “prácticamente era de la Vega Central”, se convirtió en un actor “pebre” y, por supuesto, de cómo un casting para una publicidad de jugos le cambió la vida, haciendo que niñas de 20 años se acerquen hoy a decirle “yo crecí viendo sus comerciales”.
-¿Esta obra es una especie de catarsis con el tema?
“Sí, hay algo de eso, porque es un arma de doble filo ser tan conocido como personaje. Guardando las proporciones, el actor que hizo Luke Skywalker siempre será Luke Skywalker lo será siempre. Por eso hacer esto es una catarsis y también demostrarle a la gente que uno es más. Aquí en Chile es fácil que te encasillen y es obvio que iba a pasar, y no sé si la gente me crea si hago drama en televisión. Pero eso sí lo logro en el teatro”.
-¿Te ha molestado mucho el tema del encasillamiento en tu carrera?
“Por supuesto. Pero no me molesta tanto del público, porque a uno lo quieren, lo respetan. Cuando me dicen ‘el guatón de la fruta’ es con mucho cariño. Lo que me molesta es cuando los directores de televisión encasillan y no ven la posibilidad de que uno pueda dar más. Te dicen: ‘haz el personaje de servicio, el taxista, el portero de edificio’. Eso es me incomoda un poco, pero tiene que ver con que yo opté por una senda de humor, había una contingencia económica que me hizo optar por ese camino”.
-¿Y cómo llegaste a ese camino?
“Me avisaron en el Sindicato de Actores. Yo venía de un lesión que me tuvo seis meses parado. Sólo trabajaba como músico, porque se me había roto el pie en dos partes. Era la segunda vez que iba a un casting. La primera vez, fui a TVN y Canal 13, pero me dijeron que estaba muy viejo. Tenía 23 o 24 años. Así que no hice ninguno más, hasta seis años después. Estaba por nacer mi hijo, así que tiré toda la carne a la parrilla porque necesitaba la plata”.
-¿Este personaje tiene historia, un nombre?
“La verdad es que en algún momento empecé a elaborar todo un trabajo de este personaje, pero me dijeron que mejor no lo dijera porque es mejor no sesgarlo al decir que pudo estar casado, que es separado, o que tiene muchos hijos. Es mejor dejarlo en un lugar común. También se me ocurrieron nombres, pero preferí no bautizarlo. Es un personaje tipo, que, finalmente, es la exacerbación de mi personalidad. Cuando estoy de muy buen ánimo y en un espacio relajado, con amigos, con la familia, normalmente soy muy como el personaje; chispeante, alegre, creativo”.
-Con once años de comerciales, habrá alguna anécdota.
“Sí. Una vez nos tocó un director que era muy artista, y me daba mucha risa por las cosas que hacía. Por ejemplo, decía: ‘Quiero humo, una neblina... Dame neblina, dame neblina’, como Spielberg. Pero la neblina no era del color que él quería, así que se fue a dar una vuelta y agarró unos arbustos. Juntó hartos y los empezó a quemar y dijo: ‘Esto no es neblina, esto es sentimiento’, y quemaba el sentimiento. Después, cada vez que hacíamos retomas, el director decía ‘¡Sentimiento! 3, 2, 1...’, y pasaba un tipo con una ramita encendida. También pasó que varias veces me llegó un cachuchazo en la cabeza de alguna fruta dura”.
-Dices que eres un actor “pebre, prácticamente de La Vega Central”. ¿Por qué “prácticamente”?
“Es que si paso por La Vega, vestido de vegano, paso piola. Pero ser ‘pebre, picante pero preparado’, es otro cuento. Puedes tener un look, pero eso no implica que tengas -con todo el respeto que me merece la gente de La Vega-, más que eso. Tengo muchas horas de trabajo sobre las tablas, muchas horas de desarrollo escribiendo la estructura de un musical chileno”.
-¿Y por qué picante?
“Porque uno viene de un entorno bastante popular. Yo viví en provincia, en un colegio con nombre de submarino alemán: E-200 (ríe). Yo me reconozco picante porque, finalmente, sí soy un poco picante (ríe) y a mucha honra. Me gusta que me identifiquen con lo picante, con un vegano, con la gente, porque tengo una visión de mundo que tiene que ver con eso. Mira, la verdad es que yo estudié en un colegio privado, privado de textos (ríe)”.
-Y eso no te privó de aprender mil cosas, ¿no?
“Yo fui alumno de Andrés Pérez en un taller que tomé, y pude captar de él que es importante que un actor aprenda de todo. Todo sirve, y tiene razón. Cuando era chico aprendí a bailar breakdance, y hasta el día de hoy lo ocupo en mi trabajo. En su momento aprendí tap, percusión latina. He tomado cursos de piano, de canto, de guitarra eléctrica... Todos los años he tomado cursos de algo. Siempre trato de aprender más”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“Mi obsesión son las guitarras. Tengo nueve de colección y me han costado caritas. Entre ellas, tengo una joyita que es una guitarra sueca de una empresa que duró seis años no más, y es del año 57. Debe haber unas diez en Chile y debe costar unos 2 millones de pesos.
Muchas veces en mi vida no he tenido muchas lucas, pero siempre he tenido plata para comprarme una guitarra, y me endeudo y todo el cuento, pero no me duele”.